Una parcela de orfandad

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Mary Carmen Sánchez Ambriz

02/06/2014 02:29 AM

México


La prosa furiosa de Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa. 1976) hurga en las distintas visiones que puede tener la orfandad. En un tono similar al de su primera novela (Cartas ajenas, 2010), en este segundo libro se ocupa de contar una historia en medio de la desolación. Emarvi (los personajes de Beltrán Félix suelen tener nombres poco comunes, un tanto extraños, con frecuencia salidos de un acrónimo) es el joven escritor de treinta y dos años, sinaloense, que intenta sobrevivir en una ciudad que parece engullirlo poco a poco. La metrópoli puede ser el Distrito Federal o Culiacán, ya que en cualquiera de estos dos sitios el protagonista experimenta la incertidumbre. Una serie de fallecimientos de gente cercana irrumpe en la vida de Emarvi: primero el suicido de su padre (a los 73 años), el secuestro y asesinato de su hijo de siete años, la muerte de su hermana (dos años menor) y el asalto, violación y asesinato de su vecina Elvira (persona con discapacidad motriz). Estas ausencias hacen que el narrador se quede solo, huérfano y tenga que plantearse distintas posibilidades de reestructurar su existencia: ser su propio padre, su propio hijo, aprender del sendero por donde ya ha cruzado.

El panorama apocalíptico es tan denso que resulta poco creíble que ocurran todos esos sucesos desafortunados, caóticos y desequilibrantes de cualquier orden mental.

Hay fuerza en las descripciones del novelista, instantes de reflexión en donde la novela se aproxima al ensayo (acaso los momentos más logrados); sin embargo, el panorama apocalíptico es tan denso que resulta poco creíble que ocurran todos esos sucesos desafortunados, caóticos y desequilibrantes de cualquier orden mental. Los personajes de Beltrán Félix son escritores, vecinas chismosas, editores, secretarias, carteros, ex esposas rabiosas, amantes sensuales y azarosas como suele ser el medio en donde se desenvuelven; viven al filo de la navaja, entre el sexo y la locura desbordada. A través de sus relatos, Beltrán Félix ha conseguido preparar una antología de la catástrofe que recuerda a Valle Inclán y su teoría del esperpento, en donde ser ciudadano es sinónimo de víctima y miedo ante un futuro nada promisorio.

Con un recurso que recuerda al palimpsesto, Emarvi desea escribir una novela que “vocifere su furia, que respire enojo […]. Una novela que no use guantes de seda, que no tome el té a las cinco”. Es decir, una historia como la que está forjada en el libro.

Además de las situaciones fatídicas, está latente el temor a los sismos, la división de opiniones que ha creado un político de izquierda entre la población, el desamor que transpira el protagonista en casi todo lo que toca y la zozobra de vivir en un país violento. Porque, como se titula un libro de Esther Seligson, “todo aquí es polvo”.


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